Entre gritos ahogados y el eco de huesos quebrándose, surgió un hombre que no necesitaba la sutileza de una katana ni la velocidad de un asesino. Solo fuerza. Pura, salvaje, despiadada. Jinin Akebino era el brazo ejecutor de Kirigakure, un coloso con sed de destrucción que blandía la Kabutowari: hacha y martillo unidos en una obra de brutalidad sin igual. No era un espadachín. Era una sentencia.

En el campo de batalla, su sombra se alzaba como una lápida anticipada. Sus enemigos no morían de inmediato… eran destrozados lenta y meticulosamente. Partía huesos, trituraba armaduras, despedazaba a los shinobi como si fueran muñecos de carne. La niebla no solo ocultaba su presencia, ocultaba también los gritos de quienes eran cazados por él. Algunos rogaban que los mataran otros. Cualquiera… menos Jinin.

Pero su crueldad no era gratuita: disfrutaba el sonido del colapso, el chasquido de una columna vertebral al romperse, la mirada vacía de un rival que comprendía que ni su espada ni su defensa servirían de nada. Fue mentor de otros criminales, azote de ANBU, y símbolo del terror silencioso que dominó la era más oscura de Kirigakure.

No se conocen detalles de su infancia. Solo que fue reclutado siendo un niño… y que a los 13 años ya había ejecutado a tres instructores por llamarlo débil. Dicen que la Kabutowari no le fue entregada: él la arrancó de las manos de su dueño anterior. Que al principio no sabía usarla… hasta que mató a cincuenta para aprender. Nunca hablaba más de lo necesario. Nunca reía. Solo respiraba… como una máquina forjada para destruir.

Jinin no murió en batalla. Murió traicionado, como tantos otros monstruos de su tiempo. Pero incluso muerto, su nombre aún resuena en las paredes húmedas de Kirigakure. Allí donde el metal golpea carne, donde la niebla se vuelve densa y el silencio se vuelve tumba… allí vive el eco de Jinin Akebino.