Naruto cayó. No por debilidad, sino porque la voluntad de fuego no pudo sostenerse frente al juicio de un dios. Sus ideales ardieron junto a Konoha, y de entre las cenizas, entre los escombros de lo que alguna vez fue la esperanza del mundo shinobi, emergió una figura que no pidió permiso ni compasión: Nagato. El elegido por el sufrimiento. El ejecutor de una paz sin alma. No hubo elección. No hubo sucesión. Solo imposición. Tomó el título de Hokage sin nombramiento, sin ceremonia, sin aliados. Con cuerpos desmembrados como cimientos y cadáveres ilustres como respaldo. La Aldea de la Hoja dejó de ser un hogar y se transformó en el centro de un imperio nacido del trauma. Las estatuas de los antiguos Hokages fueron derribadas, sus rostros borrados por explosiones sagradas, reemplazados por efigies imponentes de los Seis Caminos del Dolor. No eran ídolos. Eran advertencias.

Las calles estaban cubiertas de ceniza, las casas vigiladas por ojos que no dormían, y el aire mismo parecía saturado de juicio. Cada conversación era una posible condena. Cada pensamiento disonante, una sentencia de muerte. No existía el libre albedrío… solo obediencia absoluta dictada desde las alturas por una voz metálica que no temblaba, que no dudaba. Jiraiya. Tsunade. Kakashi. Sus nombres se convirtieron en susurros prohibidos. Sus cuerpos, expuestos como trofeos, no para intimidar… sino para declarar la muerte definitiva de la vieja era. El mensaje era ineludible: el mundo que conocieron había sido erradicado, no con odio, sino con convicción.

La educación fue reemplazada por adoctrinamiento. Los niños ya no soñaban con ser héroes. Aprendían a callar, a obedecer… a desaparecer. La paz prometida por Nagato se esparció como una plaga. Sunagakure cayó sin resistencia. Iwagakure fue entregada por sus propios líderes. Kumogakure fue aplastada antes de que pudiera reaccionar. No fue solo la fuerza lo que conquistó a las naciones… fue la desesperanza. ¿Cómo se combate a un dios que controla la muerte? ¿Cómo se desafía a un tirano que puede resucitar su ejército sin fin? La rebelión era un acto suicida. La sumisión, la única forma de respirar un día más.

Y así llegó el silencio. El verdadero. No el que nace de la paz, sino el que emana de la extinción. Cuando las últimas voces se apagaron y la voluntad de todo el continente fue doblegada, Nagato creyó haber cumplido su propósito. Desde lo alto de lo que una vez fue la torre del Hokage —ahora transformada en trono divino— observó un mundo sin gritos… pero también sin vida. Nadie lo aclamó. Nadie lo detestó. Nadie quedó. Una paz perfecta. A cambio de un mundo muerto.