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🪵 Sasori 🪵

¿Qué ocurre cuando un niño esculpe su alma hasta convertirla en madera, veneno y silencio?

Sasori contemplando sus marionetas: madera, ganchos y un museo de sombras

🪵 El Niño que Convirtió su Cuerpo en su Última Obra 🪵

Hubo un mundo donde la inocencia se volvió herramienta y la curiosidad se tornó en arte mecánico. Sasori no creció con juegos: creció con agujas, ganchos y trozos de marioneta. Desde pequeño entendió que el cuerpo es material maleable; desde niño aprendió que la muerte puede ser preservación.

Al principio sus obras fueron réplicas de ternura —muñecos que imitan risas—; después, con el tiempo, sus piezas aprendieron a guardar silencios. No le interesaba el aplauso: buscaba la eternidad práctica. Con cada títere, experimentó la delirante posibilidad de detener el tiempo relativo de un rostro, una voz, una memoria.

Sasori convirtió las técnicas de la marionetería en alquimia sin moral. Aprendió a extraer esencia, a sustituir órganos por mecanismos y a reemplazar latidos por resortes afinados con venenos. Sus marionetas no solo imitaban cuerpos: los contenían. Esa elección lo aisló. Mientras otros sentían repulsión, él veía belleza en la exactitud del ensamblaje.

En la Akatsuki halló campo para su obra más fría. Sus encargos dejaron de ser piezas sueltas para convertirse en proyectos de control: agentes independientes, soldados que no huyen, espías que no sienten culpa. Donde un shinobi dudaba, una marioneta obedecía. Sasori perfeccionó una economía funcional de carne transformada en mecanismo.

La galería que montó en su propia sombra fue una advertencia muda. Pasillos repletos de figuras que alguna vez vivieron —ancianos, niños, antiguos maestros— dispuestos en vitrinas de madera. Los visitantes sentían la textura de lo intacto y la sombra de lo robado. A ojos de Sasori, la exhibición era homenaje; a los demás les recordaba un catálogo de ausencias.

Su cuerpo, al final, fue la pieza definitiva. No la diseñó por vanidad sino por coherencia: hacer que su obra y su persona coincidieran. Madera, veneno y tornillería reemplazaron músculos y nervios; su rostro se volvió máscara y su pulso, metronomo. La inmortalidad que buscó fue corrosiva: le dio tiempo, pero no compañía.

En esa realidad alterna que relatamos, Sasori se obsesionó con la precisión técnica hasta el punto de perder referencia emocional. Los rumores dicen que aún tenía recuerdos, pero los guardaba en cajones sellados: notas con frases de infancia, dibujos infantiles, cartas con preguntas sin respuesta. Guardaba restos de humanidad como si fueran piezas que, de vez en cuando, observaría bajo la luz correcta.

Su relación con el dolor fue científica: cada herida servía para calibrar un mecanismo; cada duelo, para perfeccionar un sistema de preservación. A diferencia de otros monstruos, Sasori no buscaba el terror en la carne ajena sino la solución en la ingeniería. Para él, lo que llamamos crueldad era método, y la belleza residía en la exactitud del ensamblaje.

Pero la precisión no borra las consecuencias. Las voces que una vez lo acusaron terminaron hechas silencio: marionetas que aún pronuncian frases en la soledad del taller. En noches sin luna, cuentan los que conocieron su obra, se escuchan pequeñas risas de madera, ecos que nadie pidió. Esa resonancia es lo que lo persigue: la obra que lo representa también lo juzga.

La ironía final fue trágica: Sasori logró aquello que más anhelaba —un cuerpo perfecto que no se descompone— y perdió lo que lo hacía humano. La ausencia de carne dolía menos que la ausencia de interlocutores. En su museo de sombras, la perfección reinó, pero nadie quedó para discutirla. Su última exposición fue silencio: una sala llena, perfecta, y el público reducido a polvo.

Así quedó la historia del titiritero que quiso ganarle al tiempo con clavos y veneno: una lección fría sobre la sed de controlar la fragilidad humana. No es un canto a la belleza mecánica, sino una advertencia: cuando el creador decide convertir a su mundo en objeto, lo que resta es una colección de faltas y memorias cosidas.

☠️ Dato Prohibido ☠️

Entre los objetos que Sasori dejó atrás hay una colección que pocos conocen: un conjunto de marionetas con rasgos de personas notorias —no solo aldeanos— sino unos pocos shinobi cuyo nombre fue borrado del registro. Esas piezas fueron creadas con una mezcla de veneno conservador y sellos olvidados; cada una guarda fragmentos de memoria en etiquetas ocultas pegadas a la madera.

El dato más peligroso sostiene que no todas las marionetas estaban completas. Varias quedaron a medio ensamblar, con piezas humanas almacenadas en cofres ocultos. Existen mapas parciales —dibujos en tinta y notas codificadas— que señalan posibles enterramientos donde Sasori guardó “material” para futuras exposiciones. Quien desenterre esas cajas no solo hallaría piezas macabras: podría reconstituir rostros perdidos y, con ello, acceder a recuerdos que la gente creyó olvidados.

Además, se rumorea la existencia de un protocolo de reactivación: una receta de venenos y contraseñas que permite devolver movilidad a ciertas marionetas con funciones programadas. Esa receta fue fragmentada y escondida por aliados temerosos; sin embargo, los fragmentos han circulado en el mercado negro. La mera posibilidad de recomponer el protocolo mantiene viva la leyenda y el temor a que las sombras de Sasori vuelvan a andar.

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