En Kirigakure, donde la niebla silencia los gritos y la sangre se confunde con el rocío, existió un hombre que convirtió el asesinato en su única verdad: Jūzō Biwa, el primer portador conocido de la espada maldita Kubikiribōchō.

No hablaba mucho. No hacía falta. Sus enemigos rara vez vivían lo suficiente para escuchar sus palabras. Dominaba la técnica del asesinato silencioso como si la niebla misma le obedeciera. Su espada, gigante, brutal, sedienta de carne, no necesitaba afilarse: se regeneraba con la sangre de los que caían. Y con Jūzō… siempre caían.

Tenía la mirada vacía, una sonrisa torcida y el alma hecha trizas. Sus compañeros no lo consideraban un aliado, sino una amenaza contenida. Su rostro estaba cubierto por vendajes, no para protegerse, sino para ocultar una cicatriz que solo los muertos conocieron.

Fue uno de los primeros en traicionar a Kirigakure, llevándose la niebla con él a cada masacre. Se convirtió en un mercenario, un espectro, una leyenda maldita que vagaba de guerra en guerra. Donde estaba Jūzō, los cuerpos no quedaban enteros.

Murió lejos de su aldea, lejos de la espada que lo definió… pero la niebla todavía guarda su rastro. A veces, cuando se levanta espesa y densa en los campos, algunos juran ver una figura con una espada más grande que él mismo, esperando que alguien se acerque lo suficiente… para callarlo para siempre.