Antes de Naruto.

Antes de Kushina.

Antes siquiera de que el mundo entendiera lo que era un Jinchūriki…

Existió una mujer que eligió contener al odio con sus propias manos. No para obtener poder, ni gloria… sino para evitar la extinción.

Mito Uzumaki, la primera esposa del Hokage, la madre espiritual de la Voluntad de Fuego, fue también la primera en hacer lo impensable: sellar al Kyūbi dentro de su cuerpo. Cuando Kurama se desató sobre los bosques de Konoha, la aldea aún era un experimento, una utopía frágil nacida del pacto entre clanes enemigos. Y sin embargo, ni el poder de Hashirama bastó. Fue Mito quien dio el paso definitivo. Su linaje Uzumaki le otorgaba una afinidad natural con los sellos, pero lo que hizo fue mucho más que eso: fue un sacrificio voluntario… fue una elección de hierro.

El proceso la destrozó. Su cuerpo tembló, su alma fue desgarrada por el rugido del odio puro. Kurama la golpeó desde dentro, intentando quebrarla, consumirla, vaciarla. Pero Mito no solo resistió: dominó. Con sus cadenas de chakra, lo sujetó desde el corazón. Lo obligó a someterse. Y cuando selló al demonio en lo más profundo de su ser, no lloró. Solo se quedó en silencio, mirando hacia la aldea, sabiendo que cada paso de paz en el futuro tendría su sangre como cimiento.

A lo largo de su vida, Mito no fue venerada como debía. Fue ocultada. Convertida en historia de fondo. En pie de página de otras leyendas. Pero sin ella, Konoha habría ardido. Sin ella, no habría legado para heredar. Porque Mito no solo selló al Kyūbi… selló también el destino de un linaje, uno que daría origen al único ninja capaz de cambiar el mundo.

Ella no fue una Jinchūriki.

Fue el sello que mantuvo unido al mundo.