Antes de que Kaguya Ōtsutsuki se convirtiera en leyenda…

Antes del Rinnegan, antes del chakra como lo conocemos…

Hubo un linaje que nació maldito.

El Clan Kaguya no fue moldeado como los demás. No se entrenaron. No evolucionaron. Ellos fueron creados, arrojados a este mundo como una anomalía. Carne que rompe su propia carne. Huesos que atraviesan huesos. Seres que usan su cuerpo como arma, sin temor al dolor, sin respeto por la vida. Son la memoria viva de una era olvidada, donde la guerra era todo y el alma no valía nada.

Durante generaciones, los Kaguya fueron temidos y encerrados, no por su ferocidad… sino por su falta de control. No conocen la estrategia ni la piedad. Solo la danza de la matanza. Cuando se desata la sed de sangre, los Kaguya entran en un trance salvaje que convierte el campo de batalla en un cementerio abierto. Las aldeas, incluso las más fortificadas, se vuelven poco más que papel ante el poder brutal del Shikotsumyaku. Un poder que desafía la razón, una técnica que convierte su esqueleto en un arsenal viviente.

No hay diplomacia con los Kaguya. No hay negociación. Solo existe un código sagrado en su linaje: morir matando. Por eso fueron casi exterminados. No por debilidad… sino por exceso de fuerza. Nadie pudo dominarlos. Nadie pudo convertirlos en soldados obedientes. Y el mundo respiró aliviado cuando el clan fue silenciado. Pero la historia es cíclica. La sangre no desaparece. Solo duerme.

Si un día los Kaguya renacen, si su furia vuelve a brotar desde las ruinas de su extinción, el mundo shinobi no tendrá advertencia. Solo huesos creciendo desde la tierra. Gritos inhumanos cruzando el cielo. Y una última danza macabra antes del fin.