En las noches en que la luna se viste de sangre, la Akatsuki se convierte en espejo: fragmentos de ideales retorcidos que olvidaron humanidad. No fueron un rumor: fueron sentencia.

Un grupo que no nació de la hermandad, sino de heridas abiertas. Cada uno trajo consigo un pasado quebrado, una fe torcida o un arte maldito. Juntos no buscaban salvar al mundo… buscaban redibujarlo con cenizas, dolor y silencio.

Sus túnicas negras no eran un símbolo de unidad, sino un luto anticipado. Las nubes rojas no eran emblemas… eran recordatorios de la sangre que se derramaría bajo su paso.

Entre humo y sombras, sus nombres quedaron tallados en cicatrices que el mundo se niega a recordar. Y aunque las aldeas intentaron borrar sus huellas, los ecos de Akatsuki aún persisten como maldiciones que nunca fueron selladas.

Ellos no fueron héroes, ni villanos… fueron la pregunta que el mundo nunca quiso responder: ¿qué queda de un shinobi cuando se le arrebata todo?